Comprueba si entiendes el significado de los textos siguientes:
Muchos animales poseen tradiciones aprendidas que se transmiten de generación en generación y que constituyen una forma rudimentaria de cultura. Los chimpancés y otros primates fabrican y emplean útiles como consecuencia de este aprendizaje. Sin embargo, solo entre los homínidos la cultura se ha convertido en una fuente primaria de conducta adaptativa,más importante que la evolución biológica.
Estrechamente ligada a la capacidad de adaptaciones culturales está la capacidad exclusivamente humana del lenguaje y de sistemas de pensamiento dependientes del lenguaje. Aunque otros primates usan complejos sistemas de señales para facilitar la vida social, el lenguaje humano difiere cualitativamente de todos los demás sistemas de comunicación animal.
Marvin Harris.
La experiencia que hemos sufrido los sobrevivientes de los campos de concentración nazis es ya una cosa ajena a las nuevas generaciones de Occidente, y se va haciendo cada vez más ajena a medida que pasan los años. Para los jóvenes de las décadas de los cincuenta y sesenta se trataba de cosas de sus padres: se hablaba de ellas en familia, los recuerdos tenían todavía la frescura de las cosas vistas. Para los jóvenes de ahora son ya cosas de sus abuelos: lejanas, desdibujadas, históricas. Están asaltados por los problemas de hoy, que son distintos, urgentes: la amenaza nuclear, el desempleo, el agotamiento de los recursos, la explosión demográfica, la renovación tecnológica que es frenética y a la que es necesario adaptarse.
Europa ya no es el centro del planeta. Para nosotros, hablar con los jóvenes es cada vez más difícil. Lo sentimos como un deber y a la vez como un riesgo: el riesgo de resultar anacrónicos, de no ser escuchados. Pero tenemos que ser escuchados: por encima de toda nuestra experiencia individual hemos sido colectivamente testigos de un acontecimiento fundamental e inesperado, no previsto por nadie. Ha ocurrido contra todas las previsiones; ha ocurrido en Europa. Puede volver a ocurrir, y en cualquier parte. Pocos son los países que pueden garantizar su inmunidad a una futura marea de violencia, engendrada por la intolerancia, por el deseo de poder, por razones económicas, por el fanatismo religioso o político, por los conflictos raciales. Es necesario, por consiguiente, afinar nuestros sentidos, desconfiar de los profetas, de los encantadores, de quienes dicen y escriben grandes palabras que no se apoyen en buenas razones.
Primo Levi
Podríamos decir que cada ser humano es su yo más sus normas sociales y particularmente morales; cada hombre y cada mujer, en cuanto individuos, son ellos mismos más los códigos y normas morales, la moral a la que se adhieren.
La moral es para los humanos como una segunda piel, tan pegada a la primera que resulta difícilmente discernible, criticable, desechable o renovable. De ahí lo inapropiado de expresiones tales como «la pérdida de la moral». Los hombres y la sociedad pueden perder una moral, una forma determinada de concretarse la moral, pero la moral en cuanto tal no se acaba ni se pierde; simplemente consiste en múltiples manifestaciones que cambian con las circunstancias temporales, sociales, políticas, económicas, educativas y de muy variada índole. Es más apropiado hablar, pues, de períodos en que la moral sufre transformaciones aceleradas, de otros períodos en que dichas transformaciones se llevan a cabo de forma apenas perceptible dada su lentitud.
Esperanza Guisán
Antes de lanzar al futuro incierto lo más importante de nuestra vida, debemos establecer cuáles son nuestras prioridades. Sobre esta cuestión hay una fábula que se utiliza a menudo en los cursos para optimizar el tiempo: un experto en gestión de tiempo que daba una conferencia puso sobre la mesa un frasco de cristal y un montón de piedras del tamaño de un puño.
«¿Cuántas piedras caben en el frasco?», preguntó.
Mientras el público hacía sus conjeturas, fue introduciendo piedras en el frasco hasta llenarlo.
Luego preguntó: «¿Está lleno?». Todos asintieron. Entonces sacó de debajo de la mesa un cubo con gravilla, puso parte de ella en el frasco y lo agitó. Las piedrecitas penetraron por los espacios que dejaban las piedras grandes. El experto volvió a preguntar: «¿Está lleno?». Esta vez, los asistentes dudaron.
«Tal vez no», dijo uno y, acto seguido, el conferenciante extrajo un saquito de arena y la metió dentro del frasco. «¿Y ahora?», inquirió. «¡No!», exclamó el público, y tomó un jarro de agua que empezó a verter dentro del recipiente. Éste aún no rebosaba.
Terminada la demostración, preguntó: «¿Qué acabo de demostrar?». Uno de los asistentes respondió: «Que no importa lo llena que esté tu agenda; si lo intentas, siempre puedes hacer que quepan más cosas».
«¡No!» repuso el experto, y concluyó: «Si no pones las piedras grandes al principio, luego ya no cabrán».
Francesc Miralles
Vivíamos en una comunidad esclavista; de hecho, cuando la esclavitud se abolió, mi madre había estado en contacto diario con ella durante sesenta años. Sí, de gran corazón y compasiva, yo creo que no era consciente de que la esclavitud fuera una clara, grotesca e injustificable usurpación. Ella nunca la había oído atacar en ningún púlpito, sino que la había oído defender y santificar en miles de ellos. Sus oídos estaban familiarizados con los textos de la Biblia que la aprobaban, pero si hubiera alguno que la desaprobara, nunca había sido citado por los pastores. Hasta donde llegaba su experiencia, los sabios, los buenos y los santos se mostraban unánimes en la convicción de que la esclavitud estaba bien, era justa, sagrada, el amor peculiar de la divinidad y una condición por la que el propio esclavo debía estar día y noche agradecido. Está claro que la repetición de las cosas una y otra vez y la sociedad de personas que piensan igual pueden conseguir extraños milagros. Por regla general, nuestros esclavos estaban convencidos y contentos.
Mark Twain
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